LATIGAZOS EN LA ORILLA DEL RÍO.
A veces, sentados en la orilla de un
río, observamos como pequeños latigazos de agua chocan contra la orilla.
Dejamos de seguirlos y al rato volvemos. Repetimos la operación. De pronto,
caemos en cuenta que el agua que hace un rato estaba lejana, nos llega a los
pies. Así sucede.
Me dijo un médico que el organismo
humano es tan perfecto que, en ocasiones que se bloquean los vasos sanguíneos,
él trata de abrirle el paso a la sangre por otras vías creadas al efecto. Así
sucede no solo en eso.
Parece como de temerosos o miedosos el
callar ante determinadas circunstancias. Y puede ser así. Pero en muchas otras es
sabiduría que cuesta alcanzar. Bis.
En la parte de maldición que se genera
en un país petrolero mal administrado, se pierden diariamente cuantiosas
riquezas. La más lamentable de estas es la de horas-hombre llenas de sabiduría,
inteligencia y bondad sin utilidad alguna. Comprobable. Sucede.
Internautas han creado métodos para
fustigar la fe. Te piden a cada rato que la ratifiques. No me jodan.
Al final, cada centímetro de expresión
no es otra cosa que una forma de múltiples que hay, de invocar justicia. ¿Y cuándo esa justicia se mendiga?
Parece que nosotros nos apropiamos de
algo que no nos correspondía. Llegamos al banquete y pronto buscamos bolsas
para llevarnos lo que había. Entonces surgieron unos reyes, unas ideologías,
unas religiones, unas no sé cuántas cosas, y nos dispersamos. Tiembla la carne.
No se diga que las televisoras,
cableras al máximo, no instruyen. Si el apoderamiento de los bienes ajenos es
una forma de vida que se va estableciendo, entonces hemos hallado la escuela. ¿Alguien
duda que suceda?
Las leyes de la selva son directas,
verticales y contundentes. Las malas nuestras las llamamos, paradójicamente, “leyes
de la selva”.
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