ESE DÍA DE SUEÑOS

Era una madrugada fría, como siempre sucede en diciembre, del año 1935 (si mal no recuerdo) y me había escapado de mi casa calicantina, a caminar por la ordenada ciudad de los chácharos (no sé por qué carajo así le decían algunos a los andinos de Gómez).
Pasé por el hotel Jardín y caminé hacia el Teatro de la Ópera donde vi un señor muy elegante que caminaba despreocupado; lo alcancé y al verme pasar a su lado me saludó y buscó conversación. Así que caminamos un trecho y me dijo que había venido a Maracay a cantar. A la mitad de una cuadra, por lo que hoy es la sede de quien nos niega el agua, una señora lo reconoció, lo saludó con mucha alegría y lo hizo pasar al interior de la casa y lo presentó a otros familiares. Yo también entré.
Nos dieron café y torta bejarana. El hombre no se pudo contener y pidió una guitarra - que afortunadamente la había - y cantó varias piezas.
Era una voz suave, rítmica, con unas extraordinarias cadencias y una armonía perfecta en sus palabras (estas definiciones me permito hacerlas hoy día, porque el recuerdo así me lo dicta). Poco rato después nos despedimos de tan generosa familia y acompañé al cantante madrugador hasta el Hotel Jardín donde se hospedaba.
Despidiéndose, me expresó que ese día cumplía años y que había sido un regalo inmenso haberme encontrado y haber compartido tan buenos momentos con la familia, creo que Zerpa se apellidaba. Le agradecí los buenos momentos y su exquisita música, agregándole que yo también cumplía años ese 11 de diciembre.
Hasta luego, me dijo , palmeándome el hombro. "Gusto en conocerte, mi nombre es Carlos Gardel", concluyó.

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