Humor: De la feliz llegada al mundo de Cannavaro.
El edificio donde vivo tiene dos alas unidas por un pasillo, es decir, en forma de “U”, pues. Será por esas alas que, precisamente, el hueco de la “U” está ocupado gratuitamente por palomas.
Esas amigas son, como ustedes saben, bullangueras e inquietas. A mí no me molestan, es verdad, ni siquiera porque ellas protagonizan grandes peleas, unas diciéndoles a las otras que todas pueden vivir allí en paz y las otras porque quieren sacar a aquellas del edificio. Lo que me importa es el tan comentado efecto de sus excrementos en la salud humana, razón por la cual, en ausencia de políticas del gobierno condómino, decidí hacerme justicia por mí mismo.
Primero fui a un centro comercial de productos veterinarios y compré una pasta así como alfeñique, que uno tiene que estirar como la masa de las hallacas, pasándose un día entero en eso y las vecinas en referencia – dado que tienes que hacerlo a la vista de ellas – casi se ríen de ti por lo inútil de tu medida. Y es que ellas esperan que o la derrita el sol o se la lleven los aguaceros. Misión fracasada.
Alguien me sugirió que acudiera a una casa comercial y contratara un servicio con un halcón amaestrado que las espanta. Pero pensé que tendría que ser bien pendejo, para no solamente estar vigilando expedientes en los tribunales sino que además vigilar un halcón.
Luego me fui por la vía de los triqui traquis. Efectiva, ciertamente, pero por un rato. Y ¿cómo haría de noche, que es cuando más nos interesa? Además, me imaginé un día a la viejita de la planta baja engarzada en la base de mi aire acondicionado en el tercer piso, si el triqui traqui explota retrasadamente y cae en la cocina de la doña.
Andando en ese propósito, ya casi frustrado del todo, encontré a mi amigo Nelson Hernández Arvelo, también abogado, quien me aseguró que en el Museo Aeronáutico de Maracay se había corrido a las palomas colocando en sitios estratégicos varias estatuillas de búhos. Fue así como me dirigí a la intercomunal Maracay Turmero y encontré una gigantesca fábrica de lo que usted quiera en animales de yeso, hasta una orca si la pide, y mandé a elaborar mi búho.
A la semana salí de allí con el animalito y con una cara de malvado, experimentando el gozo de quien va a hacer una travesura.
Bueno, coloque a “Justino”, así bautizado el Búho que venía a hacer justicia, el mismo día, encima del aire acondicionado y me puse a espiar el resultado por un par de horas. Así estuve varios días y ¡ que va mi hermano ¡ hasta los animales en este país se han acostumbrado a no tenerle miedo a los que se la dan de arrechos, mucho menos a este almidonado hijo mío, impávido como un ministro de finanzas.
Pero no solo no espantó a las palomas, sino que se escapaba a escondidas y se iba para mi oficina en la Universidad Central de Venezuela, a pocas cuadras de mi casa, y empezó a merodear a Karina, mi ex secretaria, y luego se empató con ella.
El sábado 06 de diciembre, cuando celebramos la fiesta de fin de año de nuestra Oficina, Karina, quizás avergonzada por lo que había hecho con Justino, no se presentó y, en su lugar, me mandó el fruto de su relación, un buhito que inmediatamente bauticé como “Cannavaro”.
Ahí está la foto de padre e hijo.
Ah, y en cuanto a ti, Karina, no te imaginas cómo me alegró que me enviaras al fruto de tu relación con Justino. Gracias por ese regalo. Tal vez Cannavaro sí aprenda a espantar palomas.
Esas amigas son, como ustedes saben, bullangueras e inquietas. A mí no me molestan, es verdad, ni siquiera porque ellas protagonizan grandes peleas, unas diciéndoles a las otras que todas pueden vivir allí en paz y las otras porque quieren sacar a aquellas del edificio. Lo que me importa es el tan comentado efecto de sus excrementos en la salud humana, razón por la cual, en ausencia de políticas del gobierno condómino, decidí hacerme justicia por mí mismo.
Primero fui a un centro comercial de productos veterinarios y compré una pasta así como alfeñique, que uno tiene que estirar como la masa de las hallacas, pasándose un día entero en eso y las vecinas en referencia – dado que tienes que hacerlo a la vista de ellas – casi se ríen de ti por lo inútil de tu medida. Y es que ellas esperan que o la derrita el sol o se la lleven los aguaceros. Misión fracasada.
Alguien me sugirió que acudiera a una casa comercial y contratara un servicio con un halcón amaestrado que las espanta. Pero pensé que tendría que ser bien pendejo, para no solamente estar vigilando expedientes en los tribunales sino que además vigilar un halcón.
Luego me fui por la vía de los triqui traquis. Efectiva, ciertamente, pero por un rato. Y ¿cómo haría de noche, que es cuando más nos interesa? Además, me imaginé un día a la viejita de la planta baja engarzada en la base de mi aire acondicionado en el tercer piso, si el triqui traqui explota retrasadamente y cae en la cocina de la doña.
Andando en ese propósito, ya casi frustrado del todo, encontré a mi amigo Nelson Hernández Arvelo, también abogado, quien me aseguró que en el Museo Aeronáutico de Maracay se había corrido a las palomas colocando en sitios estratégicos varias estatuillas de búhos. Fue así como me dirigí a la intercomunal Maracay Turmero y encontré una gigantesca fábrica de lo que usted quiera en animales de yeso, hasta una orca si la pide, y mandé a elaborar mi búho.
A la semana salí de allí con el animalito y con una cara de malvado, experimentando el gozo de quien va a hacer una travesura.
Bueno, coloque a “Justino”, así bautizado el Búho que venía a hacer justicia, el mismo día, encima del aire acondicionado y me puse a espiar el resultado por un par de horas. Así estuve varios días y ¡ que va mi hermano ¡ hasta los animales en este país se han acostumbrado a no tenerle miedo a los que se la dan de arrechos, mucho menos a este almidonado hijo mío, impávido como un ministro de finanzas.
Pero no solo no espantó a las palomas, sino que se escapaba a escondidas y se iba para mi oficina en la Universidad Central de Venezuela, a pocas cuadras de mi casa, y empezó a merodear a Karina, mi ex secretaria, y luego se empató con ella.
El sábado 06 de diciembre, cuando celebramos la fiesta de fin de año de nuestra Oficina, Karina, quizás avergonzada por lo que había hecho con Justino, no se presentó y, en su lugar, me mandó el fruto de su relación, un buhito que inmediatamente bauticé como “Cannavaro”.
Ahí está la foto de padre e hijo.
Ah, y en cuanto a ti, Karina, no te imaginas cómo me alegró que me enviaras al fruto de tu relación con Justino. Gracias por ese regalo. Tal vez Cannavaro sí aprenda a espantar palomas.
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