EL LUGAR DONDE MORAS

A los pescadores no los azota la noche interminable de plaga, bajo el cobertizo de paja, cercanos a las moradas de las serpientes, porque más puede la espera por tu llamado para correr en busca de los peces en el bajo, cerca del galeón español que nadie ha podido penetrar.
No sé ni me podré explicar jamás cuántas coincidencias se dieron para que pudiéramos llegar hasta allí, hasta ese lugar donde moras.
Algunos de los restos de tus hijos, allá en el alto, se fueron cerro abajo cuando la tierra lo forzó abatida por el tiempo. O los profanaron. Pero tus hijos aún vivos supieron que tú morabas allí por la heredad del amor.
Allá en el fondo de la mar, barcos simulan pasar con un destino incierto. Los capitanes saben donde moras.
Las noches deben ser silenciosas desde hace siglos.  Brisas interminables también simulan traer mensajes de otros lugares. Es el mundo entero que se apacigua en tu morada.

El haz de luna, que tiñe el mar y reproduce una luz titilante, hace camino al espacio donde moras; allí, siempre,  donde tu muestra de vida es una definición inalcanzable sin la meditación en tu esencia.

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