ENTRE FOGOSOS Y ALCALDE.
Ya había avanzado el periodo de su mandato, cuando el alcalde resolvió acentuar las intervenciones en público. No solo de èl, cabeza primaria y prístina (bueno esto para acuñarlo en una moneda, de poder hacerse) de la "bienaventurada transformaciòn", sino de algunos de sus funcionarios, seguramente los màs fogosos. Mucha gente del pueblo, por la razón que fuese - que aquí a nadie eso le interesa - acudìa a las citas que ahora se convirtieron en cada tres días. Daban discursos guionescos, claro, como suele suceder en las cosas de la política y a decir verdad resultaban casi como intimidantes cuando los daban los fogosos del alcalde. Muchos pensaban que la necesidad de mantenerse en sus cargos los hacían redoblar la búsqueda de insania en sus opositores, hallar triquiñuelas en adversarios que era màs difícil que en los propios, encontrar cuentas del pasado aùn pendientes, recordar borracheras trastabillantes con vómitos en la ropa y mire usted cuantas cosas le ofrece el ingen...