Sobre el güisqui o whisky
Otras notas sobre el güisqui.
“Bebamos
mientras vivamos, pues vamos a estar mucho tiempo muertos”, expresión
atribuida al escritor venezolano Orlando Araujo, autor de “Crónicas de caña y
muerte”.
Empeñado como
estoy en la defensa del cada vez más disminuido idioma español, prefiero
utilizar la expresión “güisqui” – de evidente mal gusto cuando se la escribe –
antes que los vocablos whisky y su
plural whiskys, más comúnmente
empleados , digamos que por su estética escritura. Advierto, sin embargo, que
estos últimos vocablos son aceptados por el Diccionario de la Real Academia de
la Lengua Española.
Cuando se
avecina una celebración de cualquier tipo, el anfitrión de la misma establece,
en primer término, quién es el invitado que a su juicio tiene más categoría o
representación, y ese invitado es el que podríamos llamar el “patrón güisqui”,
es decir el que servirá de marcador al güisqui que se le pondrá a todos. Sería
inconcebible establecer diferencias. Determinado el “patrón güisqui”, el
anfitrión debe encaminar su acción a conseguirlo a como dé lugar. Para ello
pasa a determinar su presupuesto. Calcula siempre en forma generosa a razón de
una botella per cápita y si concluye
que le alcanza para toda la fiesta no tiene más que ir al bodegón, licorería o
supermercado de su preferencia y problema resuelto.
Si el
presupuesto no da, entran en consideración soluciones emergentes: la del
compadre que supuestamente tiene un contacto en la Guardia y le puede dejar
pasar equis cajas, la zona franca de
Punto Fijo y la de Margarita. La de Margarita suena más “cacherosa”, porque el viaje y la estadía sirven a tapar qué es una
salida emergente y no un viaje buscando ahorrarse unos bolívares. La salida de
la zona franca de Punto Fijo es menos satisfactoria porque todavía no ha
logrado deslastrarse de un porcentaje de personas que aseguran que allí hay
mucho riesgo de güisqui “puyao”. Lo
que pudiera ser un indicio de esta suplantación lo constituye la gran cantidad
de vendedores ambulantes que empiezan desde que uno llega a La Vela de Coro,
ofreciendo todas las marcas de 18 años a precios bajísimos.
Una vez presente
en la mesa la correspondiente botella con su raya roja, el bebedor no entra más
en consideraciones: el anfitrión colocó güisqui de calidad, quien aprovechó uno
de sus viajes de placer a la isla para
asegurarnos una bebida de primera.
El drama del bebedor fallido.
Desde el
anfitrión de una reunión social del tipo que sea hasta la simple convocatoria a
“unos palos” en un restaurante o tasca para celebrar cualquier cosa, no hay
nada que sea más importante que el consumo del güisqui, tanto para el anfitrión
o convocante, como para el resto de quienes son llamados jocosamente “bebensales” (un amigo, al observar una
vez el aviso en una licorería donde además se venden pasapalos o chucherías, en
el que se anunciaba “bebidas y víveres, creyó más adecuado colocar “béberes y víveres”).
Esta vez comentamos
el drama de esos bebensales en las
condiciones de a) quienes no beben o no beben mucho; o b) están a dieta por
prescripción médica. Usted no le puede fallar al anfitrión; éste estará más
pendiente de si bebe que de si come. De hecho, no es extraño ver en fiestas
cómo se acumulan pasapalos que se consumen a medias y se van quedando allí
rezagados, sin que a nadie importe mucho. Pero que la botella de güisqui no
descienda rápidamente para lanzarse hacia la otra, es algo que en anfitrión o
convocante no perdona o tolera. El
crédito a la fiesta lo da, al final, el saque de cuentas entre el jefe de
mesoneros y el dueño de la reunión, claro está, tomando en cuenta el porcentaje
de ley que inexorablemente se atribuye al hurto de los servidores del güisqui.
Cero botellas mata todo y es la prueba del éxito. Los servidores del güisqui,
seguramente tienen recursos simples para ocultar el porcentaje de botellas
hurtadas y que es tácitamente aceptado por el patrón.
Pero vamos ahora
sí a la situación del invitado que está en los problemas aludidos: “podrá ser
que tú no bebas, no joda, pero aquí si vas a hacerlo”, dice el invitador, a lo que aquel pone cara de abogado que está “llevando
palo” en un juicio. “Hoy no me vas a venir con la vaina que tú bebes poco, ésta
es mi fiesta y aquí hay que darle duro al escocés…” Idéntica cara de tribulación.
Más en problemas
está el que alega que está enfermo y no puede beber por prescripción médica: Su
anfitrión lo acosará con aquello de “unos palitos no te harán daño…y hasta más
bien es recomendable”. De nada vale que el invitado ponga cara de tribulación,
estornude y haga cualquier gesto de un síntoma de enfermedad. Por cierto que
sea, el invitado cederá en la forma que ya indicaremos. Y cuando la decisión de
no tomar es muy firme “porque estoy tomando antibióticos”, que durante mucho
tiempo fue infalible, se le dirá “ que comienzas mañana de nuevo…” o “que el
güisqui no te va quitar los efectos del antibiótico…”
La regla es
beber. El invitado cederá un poco y, al final,
envalentonado con “aquello que la vida es una sola…” o por los consejos
de amigos y hasta médicos presentes en la reunión más interesados en compartir
el licor que en su propio oficio, cumplirá con su ración per cápita. Y aunque
no se crea, muchas veces el bebedor amanece en buen estado, y ya curado de algo
que no sea complicado atribuirá la mejoría “al buen güisqui que tomé anoche” y
jamás al hecho de que ya venía en proceso de recuperación por los fármacos,
consumidos antes de la libación escocesa.
Los más tenaces
a la resistencia encontraron desde hace años un recurso infalible, el cual
llegan hasta anunciar pomposamente antes
de la jornada, por supuesto antes de llegar al sitio de la reunión y
generalmente en combinación con la familia- léase esposa, principalmente – cual
es la del “güisqui campaneao” – que
no es otra cosa que llenar el vaso con mucho hielo, un chorrito de escocés y
mucha agua, el cual se exhibirá llamando la atención al anfitrión o convocante,
trago del que luego se desprenderá subrepticiamente y procederá a llenar el
vaso de nuevo. Es campaneao porque se
mueven los trozos de hielo para que suenen y se vea que se está “echando
palos”, con la aspiración de ser visto por el dueño o convocante de la reunión,
quien así lo certificará. No pocas veces el bebedor campaneao es sujeto de copiosas felicitaciones por el anfitrión y
por los demás bebensales.
En otras
ocasiones, el güisqui campaneao es
más bien un recurso para evitar que la escasez de botellas no acabe muy rápido
con la juerga.
El bebedor ante su güisqui y ante él que
lo ve.
Un profesor
universitario de la UCV con máximo rango académico, jubilado y después de esto
último con cargos importantes en el gobierno, nos lanzó por allá por mediados
del año 1970, en lo que entonces era “El papagayo” del Centro Comercial
Chacaíto, la teoría de los cinco pasos por los que inexorablemente pasa toda
“rasca”. Algunos de nosotros, con claro afán de aportar algo original al
catálogo, tratamos de intercalar alguna fase que perfeccionara la obra, pero,
al final, siempre admitimos que el original podía abarcar algunas de esas
contingencias que pueden presentarse. Ellas eran : 1) el rudo copeo (palo y
palo como inicio); 2) la declaración de amistad ( ¿sabe quién lo quiere a usté
? ¡ éste que está aquí, donde se incluyen los futuros compadrazgos, etc.); 3)
cánticos regionales (a la cabeza “El Rey”); 4) Negación de la evidencia
(compai, hágame el cuatro) y 5) rigidez matutina (tirado en la cama o en un
sofá hasta las metras).
Si observamos a
un bebedor de güisqui ya en pleno afán y nosotros aún no hemos empezado, lo
calificamos inmediatamente entre estos dos extremos, sin permitir variable
alguna: “Estás “paloteao”, para referirse a unos pocos tragos consumidos o
“estás prendío” si ya van bastantes. Aquí es donde se habla de la “tripa cañera
abierta”.
El bebedor, en
su fuero íntimo bebe y pasa por varias fases, pero la que alcanza el clímax y
donde se desearía quedarse por toda la jornada, es el estado “sabrosón”, mezcla
de relax, gran capacidad de discutir, entendimiento abierto, paz interior, una
que otra meditación, y el consecuente
suministro de nuevas dosis con la esperanza de conservar ese estado, el cual
inexorablemente tendrá su final.
“La
vida del borracho es dura, a la par que instructiva”, atribuida a
Marcelino Madriz, de la otrora República del Este.
Vicente Amengual
Sosa.
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