GASES QUE HICIERON HISTORIA



GASES QUE HICIERON HISTORIA.
Y no nos referiremos a las bombas lacrimógenas (llamadas erróneamente también “lagrimógenas”) ni al gas mostaza ni pimienta ni nada por el estilo.
No, lo hacemos refiriéndonos a aquellos gases más cotidianos y sencillos, aquellos que emergen de nuestros cuerpos.
Hay que estar en las “grandes ligas” para poder hablar de ellos sin que te lo reprochen o para que la prensa se atreva a publicar algo sobre los mismos. En dos ocasiones trate de meterlos en la prensa en forma de cuentos y fueron rechazados. Que no es lo mismo que sucedió con Gabriel García Márquez, quien desparramó uno por todo Macondo en la persona de José Arcadio Buendía,  causando estragos hasta en las flores. Un conocido escritor criollo también le dio duro al tema y fue visto como una gracia.
Tratare de hacerlo, humildemente, honrando la verdad, corriendo el riesgo de ser execrado por tal atrevimiento.
Por allá por los años sesenta mi primo hermano y tocayo Vicente Amengual Capdevielle fue invitado a lo que llamaban entonces un “picoteo” para celebrar unos quince años. Como para ese entonces aun no éramos muchos, se estilaba invitar a una fiesta a los amigos y amigas más íntimos y pedirles que llevaran a otros amigos para así completar el sarao. Vicente acudió solicito, por esta vía, a la fiesta y ya en ella, el enlace que lo había llevado le presento a la quinceañera. Esta dio unos pasos y le estrecho la mano y acto seguido se llevó la otra mano a la nariz y exclamo con la premura de retirarse del sitio “ mucho gusto, pero aquí huele a peo”.
A finales de los años 1980, en una región de Falcón, un ciudadano desahogo sus tripas en medio de una brisa de unos cuantos kilómetros por hora. La excrecencia se quedó en el ambiente, resistente hasta un ciclón que hubiera llegado y se disemino por todo el poblado. Entonces, por unos anos se mantuvo  la costumbre de recordar los acontecimientos refiriéndolos en “antes o después del peo de Víctor”.
En otra época, hacia los años cuarenta, la sequía pegaba duro en el estómago y la gente de la costa de una población, esperaba que las lluvias llegaran y se abrieran los caños para sacar camarones, pichuquitas y otras especies. La señal era siempre un olor desagradable e intenso que era producido por la brisa, una vez que el mar removía las aguas empozadas y de materiales descompuestos.
A un cierto momento, al percibir dicho olor, Cándido Sabariego grito ¡ “ aperen los burros que abrió Varón”, que así se llamaba el dichoso cano. Tierras abajo, Cándido fue detenido por un paisano, quien le pregunto sorprendido “ compai ¿ pa dónde va con tanta prisa” a lo que le contesto “pal cano, que abrió Varón”.
“No amigo, devuélvase, nada de eso, ese olor salió de mis tripas, que vengo mal desde hace días, hasta que explote”.
Otro caso significativo fue el de la joven enamorada de un italiano apuesto y bien acomodado. Habían salido a pasear en automóvil y en determinado momento, ella cayó en cuenta que  se había olvidado de algo importante en su casa. La llevó y calculó que mientras ella subía al apartamento y bajaba, podría descargarse de su presión abdominal y se podrían esparcir o alejar sus terribles efluvios. No fue así y al regresar la prometida, esta se enardeció y nada que ver hasta el sol de hoy, cuarenta años después.
El caso de Rafael Sosa es también de ligas mayores. Logró entrar en un bar que aún no estaba abierto, a sacarse un “ratón”, valiéndose de la confianza con el dueño.
Solo, en medio del conjunto de mesas, pidió dos cervezas frías para acorralar al ratón y mientras la mesonera que estaba limpiando y había interrumpido su labor para complacer a Rafael, fue a buscarlas, aquel  hizo explotar sus vísceras que había acumulado una noche de parranda. Cuando la señora regresó y entró al área del huracán, regresó corriendo, mano en nariz y le reclamó molesta: “¡coño, muchacho, anda a ensaminate! “
Finalmente, tenemos que don Salvador Garmendia contó una vez que en Barquisimeto (otros dicen que ese cuento es de Yaracuy, pero aquel se lo “fusiló”), un hombre muy enamorado de una damisela que lo desdeñaba, le mandó un pequeño papel con una rogatoria de amor. La joven mujer le envió de respuesta el siguiente mensaje:
         “Leí tu papelito y me tiré un peíto,
         de nuevo lo leo y me tiro un peo,
         y lo vuelvo a leer y me vuelvo a peer
         y lo sigo leyendo y me sigo peyendo”.



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