Falsa Autobiografía.


Como toda biografía o autobiografía que merezca respeto de sus eventuales lectores, la mía es también falsa. Ningún atenuante en ese sentido tiene, el hecho que mi autobiografía la haya escrito en 1958, hace cincuenta y un años, cuanto yo tenía 11 años. De acuerdo a ello, el título de esta narración debería ser una tautología.
Agrego que dejo a salvo la cuantificación de esa falsedad, es decir, si una biografía o autobiografía es “esencialmente”, “fundamentalmente” o “mayormente falsa”, con sus escalas intermedias “más o menos falsa” y otras. La mía es falsa, a secas.
Hace bastantes años que no veo el texto, una modesta hojita de papel cuadriculado que correspondía a mi cuaderno de Matemáticas de sexto grado, en aquel inmenso salón medio oscuro del Colegio “Calicanto”. Ayer, como tantas otras veces a lo largo de todos esos años por diversos motivos y por diferentes hijos, me senté en un banco a esperar a mi hija que salía de clases, bajo el calor intenso de las tres de la tarde.
Hice memoria y calculé que estaba sentado justamente en lo que fue la parte izquierda de mi salón de sexto grado, allí mismo, donde para 1954 había unos platanales al que las maestras llevaban a sus alumnos a descansar.
¿Dónde estará el papelito de mi autobiografía? No sé en qué momento le perdí el rastro, pero sé que estuvo conmigo muchos años después de escribir mi autobiografía. Es más, ayer llegué a pensar que, tal vez, nunca salió de ese salón y que milagrosamente pudo conservarse hasta hoy. ¿Por qué no pensar que los albañiles que ampliaron el Colegio lo metieron en una ramita o en un huequito y todavía anda por allí? “Se han dado casos…” usé esa expresión que tanta gracia me causa, cuando alguien la emplea para pensar en la posibilidad de lo imposible.
Lo primero que resultó ser falso de mi autobiografía fue la de terminar mi vida siendo muy rico. No tengo esa vocación y no es que pueda entrar en la categoría de quienes así se expresan porque no pudieron lograrlo, a pesar del esfuerzo que hicieron. No. Estoy de regreso desde hace muchos años, es decir, después de haber acumulado lo necesario para arrancar en esa dirección. Esta renuncia fue una buena decisión, aunque a veces pega, claro que pega, ¡no joda!
También fue falso lo de ser un General del Ejército. Imagínense ustedes, General y millonario. Tampoco. Nunca estuvo en mis planes prestar ese tipo de servicios.
Y, finalmente, lo peor de todo es que nunca fui el esposo de Sonia Blanco, mi compañera de sexto grado (y como gusta decir a los abogados “por consiguiente, ella tampoco fue mi esposa”).
Me pregunto dónde estás Sonia Blanco, 51 años que no te veo. Te recuerdo cuando caminabas por el pasillo para ir a la pizarra y pasabas exactamente por dónde estoy sentado ahorita. Voluptuosa, marcial, perfumada, ya con señas de mujer y le lanzabas una sonrisita de no sé qué a tu General enamorado.
Bueno, en fin, una autobiografía puede ser falsa porque su autor mienta sobre lo que dice haber vivido, pero grave y doloroso es su falsedad cuando se escribe lo que luego no se vivió. Hasta luego, Sonia. Tu General retirado, Vicente.

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