! POR FAVOR, AMOR, NO ME LLAMES POR MI APELLIDO !
En una de las grandes ciudades del
occidente venezolano un profesional que trabajaba por su cuenta conoció a una
dama y se entusiasmó mucho con ella. Se dispuso a tener un romance, el cual fue
creciendo rápidamente.
Una tarde, ya en lo máximo de la
emoción – recíproca por cierto – llamó por teléfono a su amada y le propuso que
fuera a su oficina después de la jornada de trabajo, a lo que ella accedió
gustosa.
El tiempo que faltaba para su llegada
parecía eterno y Aldana, que así se apellidaba nuestro personaje, sentía que le
hervía la sangre, tomaba agua a cada rato y fumaba copiosamente. Ya cercano el
momento en que la mujer debía aparecer por el pasillo de unos diez metros de
largo, a la derecha del ascensor, él se colocó a las puertas de su oficina para
esperarla.
De pronto sonó la puerta del ascensor
y eso indicaba que alguien había salido de él. Uno, dos, tres segundos y ella se apareció ante el desesperado y
excitado amante. Cuando ella lo vio exclamó emocionadísima, corriendo a
abrazarlo:
“
¿ ¡ Cómo estás, Ardana, mi amor ¡ ?
Aldana, al sentir que su apellido era
pronunciado de esa manera, sintió como si le hubieran lanzado mil tobos de
hielo encima. Todo, entiéndase todo, se vino abajo. Parece que a duras penas
pudo culminar su jornada.
Pero el amor no va a morir por eso,
por lo que días después resurgió como debía ser y Aldana, otra vez
entusiasmado, llamó a su amada para invitarla nuevamente a la oficina después
de la jornada de trabajo. La invitó, cuenta él, en estos términos:
“ Mi amor, te espero esta tarde,
ansiosamente, lo único que te agradezco es que cuando llegues ¡ no me vayas a
llamar por mi apellido...! ”.
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