EL ARTE DE EXPLICAR

Creo desde hace muchos años - y de ello me he convencido màs aùn con el paso del tiempo - en estas dos cosas, relacionadas con la comunicaciòn oral: 1) que no explicamos adecuadamente nuestros puntos de vista,  porque no lo concebimos como un ejercicio que requiere disciplina, lo cual se presenta en la mayorìa de las conversaciones, siendo que ese desorden termina arrollando a quien se proponga hacerlo bien; y 2) Lo màs grave es que eso influye negativamente en la toma de decisiones, en la comprensiòn y soluciòn de los problemas, lo cual se traduce en una siempre deficiente comunicaciòn en la sociedad.
Esta situaciòn deberìa corregirse en cualquier circunstancia en que sea necesario explicar a una o màs personas una idea, un proyecto, lo que sea. Pero esto cobra particular importancia en el debate judicial que cada dìa tiende màs  a la oralidad, asì como en las explicaciones previas que deben darse entre las mismas personas que comparten una causa e igualmente en la discusiòn entre partes en confrontaciòn y obviamente cuando interviene el juez.
La regla de oro en cualquier situaciòn de que se trate, es que cada interviniente debe tener un lapso, por breve que sea, para exponer su punto de vista sin ser interrumpido y debe ser oìdo atentamente por el otro u otros,  luego de lo cual sucederà lo mismo con estos ùltimos.
Al final, debe haber lapsos de rèplicas, ir aceptando lo que se puede y fijar una conclusiòn. Entiendo que esto parece muy formal, sobre todo si se trata de conversaciones informales, familiares o que no tengan un contenido profundo, pero aùn asì, la pràctica de ese ejercicio puede hacerse sin mayores inconvenientes.
En nuestro medio, las conversaciones se hacen sin ningùn orden y por eso generalmente no se hallan soluciones a problemas que no son en verdad tales, con màs razòn entonces en la preparaciòn de conflictos judiciales o conversaciones para hallar una soluciòn positiva.
Nosotros rebatimos apenas oimos lo primero que no nos parezca cierto o exacto, dàndose que con frecuencia allì se tranca la comunicaciòn, pues algùn interlocutor no acepta continuar hasta que eso no se dilucide previamente.
Son mùltiples las formas de errada conversaciòn, lo cual determina ese fracaso tan abundante en las explicaciones. La mayorìa de estas no llega en realidad a concluir. Se pierde el esfuerzo y la buena intenciòn original.
Si en estrados judiciales, el juez tambièn cae en este ejercicio incorrecto, su funciòn mediadora, ahora que trata de hacerse cada vez màs presente, se pierde.

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