EL DIOS DE SOCORRO

Extracto del libro "PIENSA", en proceso
de elaboración.


EL DIOS DE SOCORRO

Mi abuela paterna se llamaba Socorro y yo creo en el mismo Dios en el que ella creía.
El Dios al que ella oraba estuvo siempre descalzo, de vestimenta austera y limpia, curtido de sol, vientos y arena,
El Dios de mi abuela era posible, accesible y por eso lo encontró en todos los laberintos de su vida.
Socorro jamás evocó los martirios que le infligieron al Señor; más bien, la indujeron a buscar las virtudes que a sus verdugos le produjeron tanto rencor.
Sé que Dios se complacía en los ojos grises y melancólicos que sostenían aquellas miradas profundas en las que surgía el amor y la templanza de mi abuela.
Cuando oraba, su rostro adquiría una indescriptible luminosidad, que sus cabellos plateados propagaban en todo su entorno.
El Señor la apoyó siempre en su inquebrantable voluntad.
Como cuando vivió la nada común situación de pasar de la riqueza a la pobreza, lo que fue la primera piedra de su serenidad.
Ya muy anciana luchó con vehemencia y sin éxito, el deseo de continuar viviendo sola, dirigiendo su propia casa. Pero siguió viviendo en armonía..
Una mañana de hace más o menos veinte años mi abuela, con indescriptible hermosura y su don de la bondad al máximo me dijo: “Vicentico, ahora sí creo que está bueno”. Tenía entonces 107 años.
Alcanzó a vivir hasta los 108.
Y partió feliz y risueña hacia su Dios descalzo

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