Contundencia en el agravio.








Por allá por los comienzos de los años sesenta, conocí a un señor, muy laborioso y cumplidor él, que trabajaba en una casa cercana a la mía, haciendo aquello que llamaban "todero", es decir, albañil, lavador de carros, mandadero, pintor de brocha gorda y jardinero, entre otras cosas.
Carlos, que así se llama nuestro personaje tenía, sin embargo, dos pequeños problemas: uno, que era aficionado a darle sin descanso a las cuerdas vocales y otro, más grave aún, que era enemigo declarado de la higiene personal.
En cierta ocasión lo ví discutiendo con otro parroquiano, por allí cerca donde trabajaba, y oí cuando su adversario, enardecido, para rematar su cuota en el torneo de ofensas, le dijo:
"! Loro, boca é diablo, tú no tienes un violín sino una orquesta !".

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