El "marronismo": Una anécdota del deporte.



Es una expresión común, sobretodo cuando ya uno le ha dado varias vueltas a la guaya del kilometraje, decir u oir " ya a mi se me agotó la capacidad de sorpresa..." ó " no hay vaina que yo no haya visto..."

Bueno, les traigo hoy una anécdota de algo que viví hace más de treinta años, cosas que nunca pasan de moda.

Resulta que la tarde de un domingo, a eso de las 5 , entro al famoso stadium municipal "Julio Bracho" de Maracay para ver un partido de fútbol entre dos conocidos clubes de la localidad. Llegué tarde y ya estaba terminando el segundo tiempo. Al acercarme a la línea de cal, veo al puntero izquierdo, gran amigo mío y también abogado, que volaba con su gran habilidad con el balón en los pies, rumbo al arco contrario. Hasta ahora nada extraño, eso era lo que tenía que hacer. Pero cuando se va acercando peligrosamente, el dueño del equipo empieza a gritarle que ya está bueno, que no siga metiendo goles, que ya va a terminar el partido. Pero mi amigo, goleador nato, despedazó a la defensa y clavó el número siete de su equipo, cuarto de su cuenta personal, terminando el partido 7 por 2. Entendí o mejor dicho, supuse, en aquel entonces que el gesto del dueño del equipo era para evitar una humillación mayor al adversario, lo cual explicaba el aparente absurdo de alguien pidiendole a sus jugadores que no metieran un gol. ¿Dígame cuál sería la primera impresión de una persona que vea esto?

Años, muchos años después - qué me iba a imaginar eso yo eso -, una tarde en que contábamos todas las peripecias vividas en los campos de fútbol, me entero que en esas rivalidades entre clubes criollos y los de las colonias extranjeras, y muy acentuado particularmente entre estas últimas , los dueños de equipos pagaba un marrón (billete de cien bolívares de los viejos, lo cual generó algo que en los periódicos llamaban el "marronismo) a sus delanteros por cada gol que metieran. Premio adicional era, según el origen de la colonia, por ejemplo "medio pollito asao" en la pollera, cervecitas, etc.

Mi amigo el goleador, goloso como nadie, amparado en su destreza y en las condiciones que ponía para jugar (así hacían todos los goleadores), metía cuantos goles podía, en cuyo afàn se le veía quitarle la pelota hasta a sus propios compañeros de equipo. De modo que esa tarde se metió 400 bolos, muy buenos para la época.

Una tarde como la que les estoy contando , significaba un verdadero bajón en las ganancias de la pollera. Pero qué importaba, si al final del campeonato, tras la caja registradora estaba reluciente la copa ganada en el estadal de Fútbol.

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