Día del Abogado: Nada que celebrar.

Hoy es el día del Abogado, pero no tenemos nada que celebrar. Es una hora triste, vergonzosa, porque viene siendo la culminación de un largo proceso de deterioro de la justicia.
Esta hora reclama el surgimiento de una enorme voluntad popular, expresada por cualquiera de los medios posibles, para darle a nuestro pueblo un sentido de justicia que ayer fue precario, hoy casi inexistente, y en ello participaron todos los gobiernos de los últimos cincuenta años.
No hubo estadista, gobernante, parlamentario, magistrado, nadie, que utilizara adecuadamente las posibilidades de su función y se empeñara en construir un sistema confiable de justicia, que es la única forma de construir un sistema democrático.
Hoy día los tribunales despachan cuando quieren y nadie es sancionado por eso. La justicia penal es una bofetada al abogado, al público y sobretodo al ciudadano que preso en una càrcel, ve pasar los años sin que se le juzgue. Quienquiera probar si digo la verdad o miento, no tiene más que acercarse a un circuito penal y observará y comprobará lo que estoy diciendo, sin mayores esfuerzos.
Las audiencias se difieren cuantas veces quiera el Juez o la Fiscalía, pues nadie les va a reclamar esto. Los juicios se hacen eternos. Las apelaciones no se oyen y tramitan con la diligencia debida.
Otro ejemplo de esta sordidez es el sistema contencioso administrativo, que es aquel en el cual se someten al control de la justicia las actuaciones de los entes públicos. Leyes hechas engorrosas para que nunca se decida nada, fomentando así la corrupción o ineficacia de los funcionarios públicos, pues estos sienten que pueden actuar a su discreción sin corrección o control judicial. Un tribunal de esta materia ha llegado a durar hasta siete meses cerrado, lo que implica que los ciudadanos de esa jurisdicción están inermes ante el Estado. Y no es extraño que los mismos jueces en esa materia terminen siendo, a través de sus sentencias, los mejores defensores de los intereses del Estado, en detrimento de los particulares. A veces no parecen más que los mismos verdugos de la justicia.
Los jueces son expulsados de sus cargos con simples notificaciones, sin respeto alguno a su investidura. Los Secretarios no tienen estabilidad y ya amenazan también con quitárselas a alguaciles y todos los funcionarios del Tribunal, para así someterlos y amedrentarlos.
Los Colegios de Abogados están paralizados ante toda esta infamia. No sé qué hacen. Quedaron atrás aquellas jornadas combativas en las que conseguimos tantas victorias contra el abuso y la ignorancia. Seguramente habrá excepciones, pero no hacen fuerza suficiente por sí solas.
Los abogados, hoy día, pueden salir a la calle y quebrantar todo principio o toda regla sin temor alguno, pues la sociedad se ha vuelto incapaz de sancionarlos. En mi larga experiencia gremial vi de todo, pero hoy día las infracciones hacen palidecer aquellas.
Las leyes son redactadas por verdaderos aficionados. Las interpretaciones de ellas, inclusive las que hace la Sala Constitucional del TSJ, considerada como doctrina obligatoria para los demás tribunales, no pocas veces reflejan improvisación y desconocimiento del Derecho. Ello sucedió con la regulación obligatoria del procedimiento de amparo constitucional o con el derecho de los abogados a reclamar sus honorarios.
Somos todos culpables de esto, de modo que la hora luminosa que esperamos, tendrá que salir de la nada, de la esperanza, de la conciencia de alguien que logre capitalizar el sentido de esta inmensa podredumbre y convertirla en una gran acción por la justicia.
No hay nada que celebrar. Y yo tengo como defender o probar todo lo antedicho, quizás en un foro abierto para eso.
Repito, nada que celebrar.

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