TODA LA MISERIA IMAGINABLE.

Desde hace varios años, con particular enfásis en este 2013, me he visto en la necesidad de presenciar muchas audiencias de juicios penales. Lo hago por motivos ligados a mi profesión de abogado, más en modo alguno como penalista, pues hace algunos años abandoné esta especialidad.
Nada más miserable que ver esto, aunque desde ya, con absoluta sinceridad, no culpo a nadie en particular, si bien es cierto que es el Estado quien más responsabilidad tiene. La responsabilidad, en mayor o menor grado, recae sobre todo el país.
La indiferencia es, por supuesto, el mal mayor.
Y no pocas veces ese indiferente, cuando eventualmente se ve expuesto al sistema de justicia penal, entonces reclama con vehemencia lo que él mismo ha contribuido a crear.
Sería casi necio que intentara describir todo aquello: jueces colocados ante un cerro de expedientes que nunca podrán examinar a fondo,  montones de personas apuñadas ante los despachos que jamás podrán ser bien atendidas ( y ni siquiera con el respeto debido); audiencias aplazadas decenas de veces, de modo que es casi un milagro cuando se dan, con olímpico desprecio hacia el abogado, el enjuiciado, los peritos, los testigos y quienes deben trasladar a los detenidos; fiscales que ni siquiera asisten a actos que tienen fijados, dejando a todo el mundo en espera, muchas veces justificadamente, pues tienen fijados compromisos en otra parte del desorden judicial; defensas o acusaciones que deben hacerse a la ligera, dado que hay mucha gente en cola en espera de su oportunidad.
En medio de aquella maraña de injusticias, es imposible que un Fiscal pueda preparar adecuadamente su función. No es difícil darse cuenta que va a conectarse con el caso en el cual intervendrá en unos pocos minutos, justo cuando ya va a empezar, por lo que con frecuencia debe improvisar. Sus preguntas o intervenciones  así lo revelan claramente.
La necesidad de ganar tiempo desemboca inexorablemente en tecnicismos para cerrar etapas y avanzar. Los defensores no pueden escudriñar la verdad que atañe a su defendido.
No obstante la pomposa presentación de esos actos (en eso sí somos buenos), es fácil detectar toda aquella inmundicia, donde el respeto se agrede con facilidad y la majestad de la justicia está bien deformada.
A quien dude de esto (que es apenas una pequeña muestra de toda aquella miseria), lo invito a que acuda a las audiencias, las cuales son abiertas al público.
Y no puedo dejar por fuera, más bien lo dejo de último con toda intención, está el enjuiciado, casi siempre pobre, que es tratado, sí, moléstense, como un desecho humano, con las oportunidades negadas para que la justicia cumpla su función orientadoraoo reivindicativa, o castigado en la forma que la ley establece.
Quien muestre conformidad con esto no merece ser calificado por la profesión que lo lleva a esa miseria del hombre. Dejo así consignada mi enésima protesta por todo eso.

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