DE LA FAMILIA CASTEL.
Los abogados somos útiles por
muchísimas razones, pero es a consecuencia de la codicia, la ambición, la
indiferencia, la desmesura y la deshonestidad, entre otras cosas, que nos
convertimos en necesarios en toda sociedad.
En la medida que estas perlitas
aumenten o disminuyan, en esa misma medida existirán litigios, abogados y
tribunales.
La familia Castel no entra en esas
estadísticas. Al morir el jefe de la familia, el hijo mayor llamó a sus
hermanos de la misma madre y a más de media docena de hijos de otras madres (el
señor era algo querendón).
Puso sobre la mesa un montón de
documentos y libretas bancarias. Unos cuantos biyuyos, gruesos de verdad.
Si ustedes – le dijo a sus hermanos –
consiguen más de esto, búsquenlo y me lo dicen Esto es lo que hay.
Nadie dijo nada. Y el hijo mayor de
Castel sacó cuentas y repartió todo equitativamente.
Luego, sí, entraron los abogados para
redactar un simple documento, pero no para iniciar un litigio sin fin, que en
nada los beneficiaba.
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