LA CONDENA DEL LÁTIGO NEGRO



¿Cómo está señor Látigo Negro? Disculpe que lo llame así, pero no sé su nombre, aunque en verdad, no le queda mal. Sí, Señor Látigo Negro, o más aún, Don Látigo Negro, porque ya usted debe tener sus añitos.
No digo que bien vividos, porque pasar una buena parte de ellos en la cárcel, por más bien que le haya ido, no pueden ser nunca buenos.
Ahora le digo algo muy importante. Tan condenado estuvo usted por lo que hizo, como lo ha estado – y seguramente todavía persiste esa condena, más aún cuando usted obtuvo el beneficio de un indulto – el juez que lo condenó.
Don Látigo Negro, desde el momento mismo en que el juez leyó la sentencia que lo condenaba a veintipico años de cárcel y usted juró que lo mataría en lo que saliera libre en cualquier forma, vale decir por condena cumplida, fuga o indulto, como fuese, todos los días le retumba en la cabeza su propia sentencia.
Usted no sabe, señor Látigo Negro, lo que es levantarse una mañana y enterarse en la prensa que hubo una fuga en el Internado Judicial, salir corriendo a llamar al Director del Penal y preguntarle si usted estaba en la lista de los fugados. Y que le digan que no y volver a respirar tranquilo por unos días y luego otra vez la deuda pendiente. O que te digan que todavía no se sabe, que están verificando, o en tono de duda que parece que sí o que parece que no, lo mismo da; o que un diario diga que sí y otro que no.
Usted no sabe, Don Látigo Negro, lo que es imaginarse el modo en que cumplirá su sentencia de matar al juez. Dormir con un ojo abierto y uno cerrado. Tomarse unas espumosas y verificar quién entra o quién sale del sitio que sea. Eso sí es una condena, Don Látigo.

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