Dispositivos matrimoniales de seguridad.


A mediados de los años sesenta, mi amigo Jacinto salió de su querida Valencia a estudiar Derecho en Caracas, donde también había conseguido un trabajo en los tribunales. Dejaba a su esposa porque ella trabajaba y habían convenido en que ella colaboraría económicamente para que él pudiera estudiar. Apenas se pudiera ella también se iría.
Malena, que así se llamaba la señora, era una hermosa mujer y muy familiar. Pero estaba poseída de unos celos extremos, obsesivos y como tal, no estaba dispuesta a permitir que esa forzosa separación pudiera traducirse en algún mal uso de la libertad por parte de Jacinto.
Así que, nuestra amiga diseñó un operativo de seguridad, que ya quisieran tener los organismos de inteligencia y prevención, la llamada policía política.
Usted podía pararse en el peaje de Valencia a las 8 pm de cada viernes y constatar que ya el vehículo de Jacinto pasaría o estaría a punto de pasar por allí. Y, religiosamente, a las 6 de la mañana de cada lunes saldría para llegar directo a clases en Caracas. De modo que los fines de semana no traían preocupación.
Para la estadía durante la semana en Caracas, Malena diseñó todo un plan de sitios donde Jacinto tenía que estar a determinadas horas - ¡ay de él!, si se le ocurriese no estar allí – de modo de ella llamarlo. Así le podía controlar horas de trabajo, hora de almuerzo y tempranito para la residencia a las 6 de la tarde, donde seguramente se producirían llamadas repentinas, de modo de mantenerlo cercano del teléfono.
Señor lector, piénselo bien y verá que aún con todo ese dispositivo de seguridad siempre podía buscarse un “huequito” para, digamos, cualquier travesura de Jacinto.
Pero hoy día ¿qué cree usted?, con los celulares, las conversaciones con cámaras incorporadas a las computadoras y hasta el rastreo de personas, ¿Qué hubiera sido de la vida de Jacinto?

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