El regalo de los malabaristas.


A riesgo de que me linchen o, cuando menos, que me lancen unas mentaditas de madre, voy contar esto porque sí, porque me nace.
En el cruce de dos avenidas de alta circulación, muy cercanas a mi casa, se instalan a diario varios muchachos (a) malabaristas, quienes entre una y otra función descansan bajo una frondosa acacia.
Todas las mañanas, cuando salgo a hacer mis ejercicios, veo en el lugar de descanso de los malabaristas, entre unas ocho a diez moneditas que ellos han rechazado, supongo que por considerarlas sin valor alguno.
He calculado que con el producto de esas monedas de cada dos días, un conductor puede llenar su tanque de gasolina.
También observo que casi todos los propietarios de vehículos echan gasolina con el sencillito que tienen en la consola y que para nada más les sirve.
Aquí en este país la gasolina se malbarata pero si la suben un poquito, por mínimo y justo que sea, entonces todos los bichos que han vivido por muchos años sin gobierno que los controle, pretenden usar ese aumento de excusa para encarecer irracionalmente todo lo que comercian.
Así que, no queda otra, dejen los precios de la gasolina como están, hasta el día que en esta vaina haya gobierno.

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