EL DON DE LA SANACIÓN.

Ni los médicos, ni las organizaciones gremiales que los reúnen, ni las Academias del ramo, ni el Estado y sus agentes al servicio del sector salud, ni las empresas médicas, nadie, en fin, sea cual sea la ideología política que profesa, ha creado una fuerza suficiente como para atender la salud del hombre en forma preventiva. Claro está, existen múltiples expresiones de esa opción, con fuerza importante en algunos sectores o zonas del mundo, pero no en grado de confrontar la colosal potencia del otro sector, el que atiende al hombre con fármacos, hospitales, aparatos, seguros, publicidad, etc.
De este casi no nos podemos sustraer y perteneccemos a él, se quiera o no. Aisladamente, se pueden conseguir algunos dones maravillosos por medios más simples.
Se dice que si el paciente se involucra con el médico en la atención de su caso, y sabe el porqué se adopta una medida o no, se la razona, en fin, la sanación es mejor o mayor. Pero es casi imposible que esa relación se establezca. La labor del médico es la de examinar un cuerpo que tiene algún padecimiento y sin ninguna comunicación, ordenarle conductas y medicamentos. Se pierde así el grueso del don de la sanación, que reside en la mente, en el alma, en la inteligencia.
A raíz de un ejemplo conocido, filosóficamente explicado por un médico, me imagino que ya en el mundo anda una corriente que ha "descubierto" lo evidente: Que por qué acudir al fármaco (máquina, etc.) diseñado para un hombre enfermo y no apelar a los nutrientes que hacen a un hombre sano y sin necesidad de aquellos.
No es tampoco radicalizar el asunto y menospreciar la ciencia, la farmacología, loa vances tecnológicos.
Se trata solo de humanizar más lo relativo a la salud del hombre.
Y el mejor educador debe ser el Estado, que muy poco lo hace.

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