ASCENSOS DESDE EL HUMOR


Es posible que el sentido del humor sirva para un ascenso en alguna función.
A mediados de los años setenta comencé a jugar sofbol, deporte que en buena medida se practica para que gente que trabaja en oficinas queme calorías y luego las recupere y las aumente con una o dos cajitas de cerveza al final de cada partido. Así que, en este deporte, el jugador está cada vez más gordo.
Como la medio “movía” entré a jugar en el lainó (lineup) como sexto bate y de raifil (right field), nada malo para empezar. Pero cada vez que daban uno de esos batazos descomunales y perseguíamos la bola el centerfil (center field) y yo, me daban unas ganas incontenibles de reír, solo de verle la cara al otro jugador que parecía iba corriendo al baño, diciendo palabrotas. Si el otro se contagiaba con la risa, el batazo se transformaba en jonrón dentro del campo, pues es imposible agarrar algo del suelo si uno está desternillado de la risa y corriendo. Haga la prueba y verá.
A la tercera o cuarta ocasión, por el bien del equipo, me pasaron a la segunda base, que para mí fue un ascenso.
Otro ejemplo. A comienzo de los años noventa, una empresa de unos italianos ganó una licitación para construir un acueducto en una zona rural.
Los socios seleccionaron el personal en la misma zona y lo capacitaron. Les explicaron las condiciones laborales e insistieron mucho en que cumplieran y no los botarían, además de obtener buenos beneficios.
Todo se cumplía correctamente y los viernes, después de la jornada laboral, los patronos ponían unas cajitas de cerveza y una carne asada o un hervido, lo cual compartían con los trabajadores en el lugar de trabajo.
Un día, sin embargo, uno de los italianos dejó correr la voz que prescindirían de alguien que no rendía. No hubo trabajador que no se preocupara. Todos se auto examinaban buscando fallas y se cruzaban interrogantes y especulaciones. Fue una semana agria, más aún cuando al final del jueves, Carlo, uno de los jefes, anunció que el viernes les comunicaría algo importante.
Terminada la jornada del viernes, los angustiados trabajadores se reunieron a tomarse sus cervecitas, en espera de que Carlo viniera a darles la mala noticia.
Pero Carlo había “cuadrado” antes un furtivo encuentro con una joven del lugar, por allí cerca, entre los matorrales. Esperando a su amiga sintió unos pasos y se escondió. Vio entonces que “Rigo”, precisamente el que iba a ser despedido, uno chiquitico y rechonchito, se dirigía cerca de él a orinar.
Con la claridad de la luna llena, Carlo vio cuando Rigo sacó su enorme ejemplar, desproporcionado más aún ante aquel cuerpecito, y roció toda la base del cují. El patrono se olvidó de la amiga, sorprendió a Rigo mascullando cualquier cosa y esperó que terminara. Luego lo agarró por un brazo, se lo llevó “muerto de risa” hacia donde estaban sus compañeros y en alta voz les dijo: “Cuñe, questo era el trabajadore que yo iba a botare porque no rinde, se cansa de nada, tutto le pesa. Ma ¿come trabaja questo muchacho con esa cosa tan grande entre le pierne? ¡Eh, yo no podría ni caminare, mucho meno hacer de obrero. ¡ questu debe tenere lo muslo en carne viva ¡
Y así siguió la feliz construcción del acueducto. Solo un cambio en el cuadro. Rigo fue ascendido a supervisor de los obreros.

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