De la picardía del venezolano: El llanero romántico.



A principio de los años sesenta conocí en Maracay un llanero que recién llegaba de Calabozo a estudiar Agronomía. Era todavía aquella población de una angostica avenida 19 de abril, en la que cercana a la casa de familia donde se hospedó el llanero, estaba un negocito llamado “La Marinera” que, entre otras cosas, vendía un guarapo de papelón con limón, que bastante nos quitó la sed en la caminata de ida y vuelta al liceo Codazzi.
Parece que nuestro personaje dejó en sus llanos muchos corazoncitos ilusionados y se dispuso a cumplirles con el único recurso que para la época había: las cartas, que tardaban varios días en llegar y otros más en traer respuesta.
Seguramente, cuando nuestro amigo se dio cuenta que escribir muchas cartas era una actividad que le podía quitar tiempo a sus estudios, resolvió comprar papel carbón y con una sola misiva mataba varios pájaros de una misma pedrada.
Y otra cosa más: Había ido a uno de esos kioscos que quedaban cerca del mercado principal y había comprado una guía para escribir cartas de amor, de modo que siempre estaba renovando el contenido de sus efluvios amorosos.
Puede ser que usted, señor lector, ya esté pensando que semejante descaro y cinismo no es posible, pues obviamente cada destinataria de las misivas del llanero podría reclamarle por esa misma vía o cuando fuese a pasar vacaciones en su pueblo, que lo que le había mandado era una hoja a papel carbón.
Pero los pícaros conocen bien su arte, bueno, en realidad, sus mañas. A una de sus novias le dijo “amor mío, conservo el original para releerlo cuando más te necesite…” y a otra “quiero dejar testimonio de mis compromisos de amor…” o bien “releyéndola me imaginaré todo tú amor cuando tú la estés leyendo…”
¿Qué tal?

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