Lo soñé una vez (relato)
La última ronda del vino malo y mal vino fue particularmente emocionante. Stanin (¡ojo ¡, no Stalin, sino Stanin) había advertido previamente que los vinos eran una expresión magnánima de la naturaleza. “Aún siendo malos refrescaban el espíritu y te conducían por los surcos primarios de la mente.”, dijo.
No era ya tiempo de palabras o frases para recortar caminos ni para anunciarnos el destino en el que más o menos todos creíamos. Pero había emoción porque había algunos hallazgos. El tiempo vendría.
Yo, particularmente, no estaba muy exaltado. Tenía la condición no de soñar hacia el futuro, sino hacerlo desde el pasado hacia el presente o hacia el futuro. Algo así como soñar con lo que ya había soñado.
Desde “La Selva” (¡ojo!, no desde la selva, a secas), donde entre humo y licores, incluyendo vinos malos, se habían pronunciado todos los libros requeridos por el futuro, ya yo había visto a los conjurados cuando cruzaban fronteras, me pareció ver a alguien empuñar un fusil y dispararle a uno de nosotros mismos.
Todo en nombre del mismo sueño, que para ellos era el futuro pero que ya yo había soñado.
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