De la picaresca venezolana. Bellas lolas.



El azar, o quizás más específicamente una solicitud atípica de mis servicios profesionales de abogado, me llevaron a penetrar este entramado de la picardía venezolana, cuyo máximo exponente era un médico cirujano, que bien podría hacer palidecer de envidia a muchos otros exponentes del género.
MI clienta, por decirlo de algún modo, es una representante de la belleza de la mujer venezolana (estas dos últimas palabras constituyen casi una tautología) de los pies a la cabeza, aunque a decir verdad ella no lo hubiese aceptado del todo, pues sus senos, que a los efectos de este relato llamaremos las lolas (para darle mayor fuerza a la picaresca del mismo) no eran de su agrado. Así que resolvió operárselas, colocándose unas prótesis.
Dos o tres días después de hacerlo, las heridas no cicatrizaban bien y ya hasta parecía que iban a supurar, por lo que resolvió contactar a su cirujano en busca de ayuda. Todos los contactos fallaban, no le respondía a los mensajes y he allí que entra en acción quien esto escribe. A hacer no sé qué, pero dizque a ayudar, digo yo.
Un primer día esperamos en una clínica de una ciudad y el hombre no aparecía; otro día en otra y tampoco; luego en otra clínica y menos. Hasta que, finalmente, caímos en un consultorio de un cliente mío médico y por allí fue que se logró una primera atención.
Pendiente de la salud y la preocupación de mi clienta, lloriqueos y mal genio de ella incluidos, nada indagué ni presté mucha atención a tantas cosas que deberían ser extrañas. Al final, cuando todo se resolvió fue que pude hilar lo que a continuación explico.
Nuestro protagonista se lanzaba para aquellos días, quién sabe durante cuánto tiempo, todas las operaciones posibles de lolas desde las cinco de la mañana hasta las doce de la noche, a un promedio de casi dos horas para cada (im) paciente, con pocos minutos entre una y otra, el tiempo indispensable para comer u otras necesidades, y a un costo de alrededor de cuatro palos por cada una. Algo así como treinta y algo al día, por todo.
El cirujano no aparecía por ninguna parte en lo que llaman “el papeleo”, ni su nombre aparecía en el anuncio del consultorio, ni atendía directamente a nadie en la fase preliminar. Total, era un fantasma. Los médicos eran otros, cada uno con diversas especialidades, por lo que, consiguientemente, los récipes indicaban que la intervención había sido algo de ovarios, no sé qué de la columna, tal problema del hígado o cual problema de los riñones.
Así las cosas, las bellas lolas que eran el resultado final de aquella trama, venían a ser algo así como una belleza nacional o una belleza de la colectividad, porque entre todos habíamos pagado la obra de arte.

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