FAMOSO DISCURSO MARXISTA EN CHORONÍ
Hace más o menos unos 25 años tuve la oportunidad de presenciar uno de los más audaces y auténticos discursos revolucionarios que ha habido. Y fue en la población de Choroní, aunque en verdad es Puerto Colombia, Estado Aragua.
Todavía hoy recuerdo la fina palabra y el verbo aguerrido del exponente, su sentencia final y los dones de equilibrio que debió poner en marcha para ejecutar su intervención. Nos encontrábamos varias personas alrededor de una mesa discutiendo amenamente, no obstante que hubiese posiciones muy enfrentadas en algunos puntos. Uno de los contertulios era un abogado y hombre de negocios, muy acaudalado, a quien pertenecía la casa que sirvió de escenario al magno discurso.
Entre las personas presentes se encontraba un joven universitario, quien poco participaba, digamos, en la fase de calentamiento de la reunión. No éramos ni invitados ni amigos que habíamos preestablecido aquella reunión con mucha anticipación, sino más bien unos visitantes de la bella población aragüeña, quienes encontrándonos al azar en la mañana de ese día, decidimos reunirnos en horas de la tarde en la casa del magnate a quien me referí anteriormente. Por esa misma razón, es que había en dicha reunión personas que no se conocían con anterioridad.
Cerca de las seis de la tarde, cuando la tertulia se hacía más intensa, el joven universitario se paró de su mesa ceremoniosamente, pidió la palabra y explicó en unos pocos minutos, verbo encendido de por medio, el próximo advenimiento de una revolución justiciera e igualitaria. Esa parte de su discurso lo adornó con muchos ejemplos que la justificaban.
La sentencia final tuvo que ver con el acaudalado empresario. El universitario le atribuyó a su mezquindad y voracidad por el dinero y el lujo, las causas que originaban la necesidad de la prometida revolución. Finalmente, le comunicó que en su justo momento se procedería a su fusilamiento. Tal veredicto lo emitió, señalándolo, no con el índice acusador que se suele usar en estas ocasiones, sino en la forma original que de seguidas explico.
Lo de los dones de equilibrio tiene que ver con el hecho que el acusador, mientras hacía su febril exposición, sostenía en su mano izquierda un vaso grande lleno de etiqueta negra con hielo hasta el copito, sobresaliendo de los bordes del vaso unos cubitos que semejaban la punta de un iceberg.
El futuro verdugo señalaba al futuro ajusticiado, como ya dije, no con el habitual índice acusador, sino con un tenedor en cuya punta, precedido de un trozo de yuca frita, había un tolete tres cuartos de punta trasera, todo bañado con guasacaquita de la que no se derramaba ni una gota.
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