Los delincuentes también tienen su corazoncito.




Si los delincuentes usaran su tiempo en cosas útiles, entre ellas el humor, tendríamos menos problemas de los que hoy padecemos. Sin embargo, les debemos algunas cuotas de humor.
En 2004 estuve un tiempo largo como juez de control. Cuando llegó el 24 de diciembre se me asignó la guardia de esa noche, creo que para hacerme pagar el noviciado en esa función. Le expresé a una amiga, también juez de la misma categoría pero con muchos años en el oficio, que podría perder mi reunión familiar por esa guardia. Me contestó “no te preocupes, Vicente, los delincuentes también tienen su corazoncito y les gusta estar en familia con sus cervecitas y su cena de navidad, de modo que no van a andar por allí haciendo travesuras”.
En otra ocasión hablaba con un viejo delincuente, ya retirado, que se las ingenió para salirse de ese mundo y fundar una familia. Le decía yo que había hombres de tanta bonhomía que era inimaginable que alguien les tuviese rabia o mala voluntad, y se me ocurrió ponerle el ejemplo de Carlos Gardel. “¡Que riñones tienes tú ¡ ¿cómo se te ocurre ponerme ese ejemplo?! me ripostó él. Y agregó “donde yo estaba preso no lo quería nadie, ese era él que cantaba que 20 años no es nada, que venga pá cá, pá Tocuyito, pá vé si es como él dice…”
Hubo un ciudadano que cometió un crimen atroz como es el secuestro, más aún porque la víctima era un niño. Tuvo a la policía en jaque un buen tiempo. Era algo bien planificado pero la perseverancia de los sabuesos policiales les permitió capturarlo y salvar al niño.
La colectividad ansiaba saber cómo se había cometido el crimen pero el secuestrador mantenía silencio total. Un día decidió hablar y las autoridades convocaron una rueda de prensa, de modo que los periodistas se lanzaron tras la gran noticia. El hombre se limitó a felicitar a la policía, con alabanzas muy melosas, por resolver algo tan bien planificado. ¡Que molleja!
Otro delincuente, muy famoso él y de mucho interés para los reporteros por sus extravagancias y locuacidad, no perdía oportunidad para recordarle a la policía que lo debían tratar bien y respetar, que gracias a él ellos tenían trabajo. Que él tenía su trabajo y que el de ellos era perseguirlo. Aquí cabe una moraleja para todos. El delito no es una vía para nada. Todos terminan mal, aunque tengan buen humor. Y siempre están a tiempo para dejarlo.

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