EL VENDEDOR DE JUGOS EN CONEJEROS



Recuerdo una película italiana en la que dos hermanitos, hembra y varón, son trasladados de una ciudad a otra muy distante, por un funcionario gubernamental adscrito a protección de menores. Los sacaban de un ambiente hostil, abandono, prostitución, etc. a compartir con una buena familia.
Al principio del trayecto aquellos niños eran hoscos, huraños, amargados, pero en la medida que van avanzando en el viaje de varios días por carretera se familiarizan con el funcionario que los trata dignamente y con mucho afecto, juega con ellos y les cuenta chistes. Los niños dejan así escapar a esas otras personas afables y felices que llevan por dentro.
Pero el día que culminan el viaje, próximos a una nueva red burocrática y a papeleos legales carentes de amor, los niños retoman el carácter con el cual partieron de la otra ciudad.
Esta película me hizo recordar lo que positivamente hace posible la comunicación. Una mañana de hace ya varios años estaba con un hermano en la entrada del mercado de Conejeros, en Porlamar.
Era muy temprano y vimos como el vendedor de jugos armaba meticulosamente su tarantín, colocaba los pipotes de plástico, en fin cumplía su rutina para vender jugos. En lo que calentó el sol, nos convertimos en sus clientes.
Por ahí como por el tercer o cuarto vaso de limonada nos pusimos a hablar con el vendedor de jugos con cara de fiscal de tránsito.
Una preguntica y un monosílabo por respuesta. Un comentario y lo mismo. Un chiste y apenas esbozaba una sonrisa. Ahí lo fuimos llevando y el hombre se soltó un poco, dijo que con ese oficio había levantado su familia, había comprado su casita, etc.
Un rato después, al hombre que se mantenía en contacto con nosotros a pesar de la constante clientela, m hermano le dijo que con ese volumen de clientes, día a día, más bien debía ganar mucho dinero.
El vendedor respondió que su margen de utilidad no era mucho, porque usaba todo de lo mejor, buen hielo, buena pulpa de frutas e, inclusive, “como ustedes pueden ver, hasta los vasos desechables que uso son de primera calidad.”
A mi hermano se le pusieron los ojos saltones y brillantes con la travesura que ya traía en mente, y hablando entre dientes, como si acaso alguien nos pudiese estar oyendo, le dijo:” bueno pana, pero no seas pendejo, agarra ese montón de vasos, los lavas por la noche y los vuelves a usar mañana…”
El hombre estalló en risa con ganas de verdad. Advirtió riéndose a mandíbula batiente que él nunca haría eso y agregó “ustedes lo que son es un par de jodedores”, nos echó cuentos y terminamos siendo amigos.
Nosotros nos fuimos y vimos desde lejos al vendedor de jugos que nuevamente asumía su cara de fiscal de tránsito. Amigo lector, riegue el humor.

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