MODELO DE RELACIONES PÚBLICAS




Tengo una amiga que maneja de manera muy competente la jefatura de Relaciones Públicas de una institución. Pudiéramos decir, de acuerdo a lo que ahora narraré, que a veces lo hace hasta con un cierto exceso de eficiencia.
Casi que no hay día de la semana en que no te haga saber algo que ella considera importante. Desde un afiche o pancarta hasta todas las formas posibles de internet, Facebook incluido, son aprovechados para la comunicación del bautizo de un libro, una jornada para recaudar fondos, la primera piedra en la construcción de algo, el día de esto y lo otro, o la misa de tal cosa.
Pero su mecanismo preferido son los llamados “mensajes de texto” que se pueden hacer desde los teléfonos celulares. No sé cuántas veces he interrumpido algo para atender las notificaciones de dicha Jefa.
Un día me lo mandó en medio del almuerzo; unas horas después lo recibí estando en una función de cine y el tercero de la jornada me llegó cuando ya estaba durmiendo.
Ese día perdí la compostura (esto era expresión de mi abuela), primero creo que dije un “ ta ta ta taaa…” de ustedes saben quien y luego en un santiamén se me metieron todos los diablos de Yare en la cabeza -los danzantes, entiéndase- y le mandé de regreso el siguiente mensaje de texto: “ próximo viernes gran caminata de Ocumare a Cuyagua, saliendo a las 12 de la noche para llegar en la madrugada a jornada de contemplación del mar y oración en la arena”
Pero apenas vi el aviso de “enviado” en el celular, me arrepentí. “Qué pensará mi amiga, cónchale, que soy un mal educado, un malagradecido ante su buena voluntad de mantenernos informados, que soy un abusador, seguro que se molesta y no me habla más…”, fueron las cosas que pensé.
Cinco minutos después me llega el aviso de otro mensaje: Abro la tapa del celular y veo que es mi amiga, el corazón se me aceleró un poquito y leí: “Dime dónde nos encontramos, qué tengo que llevar y cuánto tengo que poner…”
“Recórcholis” grité (mentira, fue una palabrota) y recordé que en ocasiones como estas, en las que uno mete la pata creyendo que está haciendo algo muy bueno (a uno le decían “en lugar de una gracia hiciste una morisqueta”), un sobrino dice “tío, ¡tú mismo te metiste un chinazo!”

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