EN EL FERRY PÁ MALGARITA


No hay ningún comentario, cuento, anécdota o lo que sea que uno quiera decir o escribir sobre los viajes a Margarita que no empiece por el ferry, desde que uno lo abordó hasta que se bajó de él.
Con respecto a lo que ya sabemos de los terminales ¿para qué insistir? y si es lo concerniente a la travesía, esta última vez la hice en el llamado “Express”, que no tiene casi ninguna objeción que hacerle. Más bien, pienso yo, somos nosotros los viajeros los que muchas veces mereceríamos toda clase de críticas.
Uno puede, sin embargo, sacarle provecho si decide mirar la vida desde todos los ángulos posibles. Así hago yo para no fastidiarme, mucho más en ese “Express” en el que un no puede salir a cubierta y recibir la brisa marina, ni dispone de un bar restaurante para aislarse del ruido.
El sistema de abordaje de los pasajeros es espectacular. Cada familia o grupo manda adelante dos o tres emisarios bien “papiaos” cargando con maletines, sábanas y colchas, de modo que al llegar a los asientos montan una especie de campamento y se apoderan de cuatro o cinco puestos por cada uno. Al final, hay gente que estando en la mitad de la cola se queda sin asiento. Los que están de último no se preocupan por eso, pues son los familiares de los que colonizaron las butacas.
Pero no crea, también hay los que no se mortificaron por lo de la cola y no les importa ser los últimos. Se instalan a las puertas de los negocios o en algún rinconcito, sacan un mantel y ponen bebidas y comidas, un verdadero camping.
Veo una pareja con tres muchachitos que solo pudo conseguir dos puestos uno enfrente del otro, pasillo de circulación de por medio. Para mirarse o hablarse tienen que estirarse y ver por detrás de las nalgas o por delante de la barriga de otros pasajeros que se paran a ver el mar.
El chamito más grande de la pareja es el correo entre ellos. La señora se sienta con los tres muchachos y el señor con los maletines. En un momento la señora mira a su esposo, pone las manos una debajo de la otra con una cuarta de separación y luego hace como si se está tomando algo, que significa “pásame el pote de la leche para hacerle el tetero”. En otra ocasión se aprieta la nariz con el pulgar y el índice y señala con el índice hacia el trasero del bebé que al traducirlo se entiende “está hecho pupú, pásame los pañales”.
Conseguí un puesto alrededor de una mesita con tres más, uno de los cuales ya estaba ocupado por un señor que dormía con la cabeza apoyada en aquella. Al poco rato llegan dos muchachos como de 24 años, acompañados por una ferrymoza encargada de buscarles asientos. En principio no querían aceptar las dos butacas que allí quedaban porque estaban una a cado lado de mí y ellos no aceptaban estar sino era juntos. Se quedaron parados en señal de protesta y yo nada que ver.
Al poco rato uno cedió y se sentó. El otro continuaba firme, yo lo veía de reojo y me parecía que decía “anda, qué te cuesta” o “tú si eres maluco, porque nos impides estar juntos”. Bueno, yo quería descansar y no iba me iba calar ese chinche todo el viaje. Me paré y lo invité a que se quedara con mi butaca y tomé la otra.
Estaban muy felices. Después fue que caí en cuenta que mi nuevo puesto tenía un poste atravesado que te hace el viaje un poco incómodo. Pero qué vamos a hacer. El ferry pá Malgarita siempre tiene sus cuentos.

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