LA SALVACION INTEGRAL
Mi tío Humberto Sosa Antonetti, que en paz descanse, era un extraordinario “jodedor”, en el particular sentido que los venezolanos le hemos dado a esa palabra. Aclaro esto último, porque las definiciones que sobre el “joder” y el “jodedor” traen los diccionarios contienen otras acepciones muy distintas de la nuestra, aunque nosotros también las utilicemos en algunos de esos sentidos.
El jodedor - cómo me ha costado definirlo - es un verdadero genio en el manejo del lenguaje (y también de las señas y del silencio), que sin pretender ridiculizar a las personas ni ofenderlas, se expresa con mucha habilidad en situaciones difíciles para protestar, denunciar u oponerse a otra persona, causando gracia por el talento empleado.
Conecta una situación con otra referencial y ésta le sirve para pronunciase en aquella. Juega con las palabras por su parecido fonético o escritural, de modo que usa impropiamente la que no corresponde para evidenciar la que quiere expresar. Es un artista en el doble sentido de la expresión. Hila ironías de manera muy fina que le permiten revelar una idea, pero no llega a la burla ni el desprecio. Hace comentarios que están dirigidos a lograr que su interlocutor lo relacione con otro hecho, con otra persona, con otra situación, y sea entonces esa otra persona la que asuma la conclusión que él mismo no ha expresado. Y si emplea expresiones duras, estas son para consumo de alguien distinto al que se señala, pues, repito, no se trata de ofenderla. Esto es infinito.
Mi tío, a lo largo de sus 70 y pico de años, inundó su vida de infinidad de acciones, palabras, reacciones, que producían mucha gracia y simpatía en quienes lo oíamos. Con igual talento se apartó de los cánones del buen jodedor y podía ser ácido, muy ácido, pero ya eso es otra cosa que no le quita lo virtuoso del jodedor. Tengo muchas anécdotas de él.
En cierta ocasión conversábamos en un cafetín de los tribunales – mi tío era un abogado exitoso – y pasó cerca de nosotros otro abogado, a quien por muchos años se le atribuían dotes no muy sanas que le permitieron acumular una gran riqueza. Luego de haber amasado su fortuna, el abogado en referencia se dedicó a obras de caridad y espirituales, se asoció o creó sus propias organizaciones de ayuda social, etc.
Mi tío lo miró con una suave expresión de risa y pausadamente dijo:” este colega hace tiempo que salvó el cuerpo y ahora está tratando de salvar el alma…”
El jodedor - cómo me ha costado definirlo - es un verdadero genio en el manejo del lenguaje (y también de las señas y del silencio), que sin pretender ridiculizar a las personas ni ofenderlas, se expresa con mucha habilidad en situaciones difíciles para protestar, denunciar u oponerse a otra persona, causando gracia por el talento empleado.
Conecta una situación con otra referencial y ésta le sirve para pronunciase en aquella. Juega con las palabras por su parecido fonético o escritural, de modo que usa impropiamente la que no corresponde para evidenciar la que quiere expresar. Es un artista en el doble sentido de la expresión. Hila ironías de manera muy fina que le permiten revelar una idea, pero no llega a la burla ni el desprecio. Hace comentarios que están dirigidos a lograr que su interlocutor lo relacione con otro hecho, con otra persona, con otra situación, y sea entonces esa otra persona la que asuma la conclusión que él mismo no ha expresado. Y si emplea expresiones duras, estas son para consumo de alguien distinto al que se señala, pues, repito, no se trata de ofenderla. Esto es infinito.
Mi tío, a lo largo de sus 70 y pico de años, inundó su vida de infinidad de acciones, palabras, reacciones, que producían mucha gracia y simpatía en quienes lo oíamos. Con igual talento se apartó de los cánones del buen jodedor y podía ser ácido, muy ácido, pero ya eso es otra cosa que no le quita lo virtuoso del jodedor. Tengo muchas anécdotas de él.
En cierta ocasión conversábamos en un cafetín de los tribunales – mi tío era un abogado exitoso – y pasó cerca de nosotros otro abogado, a quien por muchos años se le atribuían dotes no muy sanas que le permitieron acumular una gran riqueza. Luego de haber amasado su fortuna, el abogado en referencia se dedicó a obras de caridad y espirituales, se asoció o creó sus propias organizaciones de ayuda social, etc.
Mi tío lo miró con una suave expresión de risa y pausadamente dijo:” este colega hace tiempo que salvó el cuerpo y ahora está tratando de salvar el alma…”
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