LA LÍNEA DURA.
Por pura casualidad, hace muchos años, se encontraron en una misma mesa un gordo gigantesco, de un enorme vozarrón, millonario y terrateniente. Al otro lado estaba mi gran amigo Coromoto Lagardere, marxista de línea dura.
El gordo hablaba y hablaba. A un cierto punto, Coromoto se levantó de su silla y tomó la palabra, y después de una perorata política concluyó sentenciando a muerte al gordo, en un futuro no muy lejano.
El mérito de Coromoto no fue tanto su manido discurso, sino hablar agitando las manos, sin que se le cayera el trozo de punta trasera tres cuartos que tenía con un tenedor en la mano izquierda y el vaso llenito de escocés 18 años que sostenía en la otra.
El gordo hablaba y hablaba. A un cierto punto, Coromoto se levantó de su silla y tomó la palabra, y después de una perorata política concluyó sentenciando a muerte al gordo, en un futuro no muy lejano.
El mérito de Coromoto no fue tanto su manido discurso, sino hablar agitando las manos, sin que se le cayera el trozo de punta trasera tres cuartos que tenía con un tenedor en la mano izquierda y el vaso llenito de escocés 18 años que sostenía en la otra.
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