SALVAR UNA VIDA CASI PERDIDA

Poco más de 30 años hace de eso. Una tarde, como tantas veces habíamos hecho, nos equipamos para pasarla bajo las palmeras, a la orilla del mar. Casi todos ya habían cruzado la desembocadura del río, faltábamos Alberto, mi sobrino, un paso delante de mi, y yo.  De pronto el mar, con una fuerza inesperada arrastró a mi sobrino como una pluma y se lo llevó mar adentro, 40, 50, tal vez 60 metros, mar adentro, en dirección a un árbol que las lluvias habían arrancado. Braceé con ímpetu para alcanzarlo y ya casi sin aliento lo alcancé. Cuando traté de asirlo por un brazo, una corriente contraria se lo llevó y solo pude ver sus ojos resignados con destino a la muerte. También yo lo pensé, mientras se alejaba aún más hacia afuera. Pero...no sé, no lo puedo explicar, una inmensa ola lo devolvió a un escaso metro de mi. Lo agarré con fuerza y nadé con él agarrado hacia el árbol anclado en la mar turbia y agitada. Le dije lo que teníamos que hacer para salvar nuestras vidas, mientras llegaba auxilio. Inútil contar con mis hermanos , sobrinos y mi hija para acometer esa tarea. Volteé hacia otra dirección y vi a Pimba, un pescador amigo, quien como hombre de mar entendió el problema y nadó serena y rítmicamente, en semicírculo, para bordear la corriente adversa y entrar al árbol desde afuera. Todos nos salvamos. A Pimba le decimos en familia "Papá Pimba", como reconocimiento a su acción de ese día. A Albertico el tiempo lo hizo oficial de jerarquía en un Comando de Bombero de Caracas. Hoy nos preguntamos si acaso esa vocación no le viene de saber lo que es salvar una vida ya casi perdida.

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