SIN EDUCACIÓN NO HAY PARAÍSO
Todos los gobernantes que han surgido desde el 23 de enero de 1958 hasta la actualidad, independientemente de lo bien que hayan podido hacer en otras áreas, quedaron o están en mora con un hondo proceso educativo de la población. Y no me refiero a la educación formal, esto es, saber leer y escribir, manejar conceptos mínimos del saber o aprender un oficio o tener una profesión.
Tal vez no es que no lo hayan pensado. Posiblemente a alguno no le haya parecido bien instruir a su pueblo como debe ser. Lo cierto es que todavía gran parte de la población desconoce los derechos y deberes que tiene, lo que paralelamente le impide conocer el funcionamiento de las instituciones y cómo hacer que ellas satisfagan su interés. En esa cadena se pasa luego a ignorar el valor esencial de la justicia, lo que a su vez conlleva a no exigir que el sistema judicial sea verdaderamente efectivo. El Estado, a su vez, no viéndose exigido en este particular, se empeña en arrastrar un sistema judicial infuncional, desdeñoso, anacrónico e injusto.
Muchos son los recursos de los que dispone un gobernante para lograr que se imparta una educación, cultura, al pueblo, de manera tal de hacerlo verdaderamente libre.
Es posible que logrando ese objetivo, el pueblo se vuelva algún día contra todo vestigio de lo que antes lo oprimió y seguramente lo hará en forma sabia y prudente. Pero ningún gobernante se quiere inmolar en ese buen propósito.
El primero que lo haga se asegurará en algún momento el reconocimiento de la historia y de su pueblo, pero por encima de todo habrá logrado para la población una herramienta indestructible. Al parecer, inmolarse no figura en la agenda de nadie que llega al poder.
Tal vez no es que no lo hayan pensado. Posiblemente a alguno no le haya parecido bien instruir a su pueblo como debe ser. Lo cierto es que todavía gran parte de la población desconoce los derechos y deberes que tiene, lo que paralelamente le impide conocer el funcionamiento de las instituciones y cómo hacer que ellas satisfagan su interés. En esa cadena se pasa luego a ignorar el valor esencial de la justicia, lo que a su vez conlleva a no exigir que el sistema judicial sea verdaderamente efectivo. El Estado, a su vez, no viéndose exigido en este particular, se empeña en arrastrar un sistema judicial infuncional, desdeñoso, anacrónico e injusto.
Muchos son los recursos de los que dispone un gobernante para lograr que se imparta una educación, cultura, al pueblo, de manera tal de hacerlo verdaderamente libre.
Es posible que logrando ese objetivo, el pueblo se vuelva algún día contra todo vestigio de lo que antes lo oprimió y seguramente lo hará en forma sabia y prudente. Pero ningún gobernante se quiere inmolar en ese buen propósito.
El primero que lo haga se asegurará en algún momento el reconocimiento de la historia y de su pueblo, pero por encima de todo habrá logrado para la población una herramienta indestructible. Al parecer, inmolarse no figura en la agenda de nadie que llega al poder.
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